ParÃģ el coche al fin. Un criado vino a abrir la portezuela. Llevaron a Juan casi en volandas hasta su casa. Al entrar percibiÃģ una temperatura tibia, el aroma de bienestar que esparce la riqueza: los pies se le hundÃan en mullida alfombra; por orden de Santiago dos criados le despojaron inmediatamente de sus harapos empapados de agua y le pusieron ropa limpia y de abrigo. En seguida le sirvieron en el mismo gabinete, donde ardÃa un fuego delicioso, una taza de caldo confortador y despuÃĐs algunas viandas, aunque con la debida cautela, por la flojedad en que debÃa hallarse su estÃģmago: subieron ademÃĄs de la bodega el vino mÃĄs exquisito y aÃąejo.